El otro día me encontraba
en espera de unas de mis consultas médicas y frente al consultorio de mi
especialista se encuentra el área de vacunación de ese centro de salud. Dure
toda una tarde esperando pero fue una tarde de deleite.
Me deleite la tarde
entera observando a cada una de las parejas que con sus bebé en brazos se dirigían
a vacunarlos. Vi lo grande que es el poder del amor, del matrimonio, de la
familia. Me llene de satisfacción cuando veía a los hombres con sus bultos en
hombros, ayudando a sus esposas en el proceso o viceversa. Como estas parejas
trabajan en forma de equipo, muchos de ellos dejaban a sus esposas y bebés en
la puerta mientras iban a parquear sus vehículos y regresaban con sus bultos en
hombros, si tenían que cargar él bebé mientras las madres hablaban con las especialistas
pues lo hacían. Vi como muchos de ellos lo llamaban del trabajo, asuntos
pendientes y demás pero estaban cumpliendo con su principal y más importante
rol, el de padre. Era una escena increíble cuando llegaba el motivo principal
de su estancia en ese centro, la vacuna. Cuando le ponían las vacunas los niños
lloraban con locura y al ver la cara de los padres ellos también sufrían. Las lágrimas
y los llantos incesantes de los pequeños se repitieron una y otra vez durante
la tarde pero cada una de las experiencias fue diferente, única e irrepetible.
Estos son momentos únicos
e irrepetibles tanto en la vida del niño como en el de sus padres. Muchos
adultos no valoramos nuestros padres, no tenemos la menor idea del tesoro que tenemos.
Los padres son una bendición que nosotros los hijos nunca tendremos como
pagarles.
Las que aún no somos
madres pero que un día soñamos con serlo debemos seguir un poco el ejemplo de
nuestras madres y obtener de ellas lo mejor. Cada madre, cada familia, es
diferente pero de algo si estoy segura, el amor de los padres no se compara con
ningún otro. ¡Es una bendición!
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